Capítulo Milésimo vigésimo tercero: "Robar ideas de uno es plagio. Robar ideas de muchos es investigación". (Jaime L. 64 años, becario del C.S.I.C.)
Pues no, los señores jíbaros, estos indios de las regiones selváticas de Ecuador, Colombia, Venezuela y Perú famosos por reducir cabezas, no usan para su pasatiempo preferido ninguna suerte de poción secreta. Claro, es verdad que, al igual que cualquier otro producto artesano, la cosa tiene su técnica, pero basta un poco de maña y algo de práctica para que usted o yo reduzcamos con éxito una bonita cabeza.
Ya sé que es viernes y tocaba sexo (hablar de), pero hoy en peluche practico: bricomanía fácil sección especial capítulo dos. Y si en el primero aprendimos a hacer un igloo en 30 minutos, hoy, la auténtica receta artesana para reducir cabezas, siguiendo el método tradicional. Y explicada paso a paso.
Pues no, los señores jíbaros, estos indios de las regiones selváticas de Ecuador, Colombia, Venezuela y Perú famosos por reducir cabezas, no usan para su pasatiempo preferido ninguna suerte de poción secreta. Claro, es verdad que, al igual que cualquier otro producto artesano, la cosa tiene su técnica, pero basta un poco de maña y algo de práctica para que usted o yo reduzcamos con éxito una bonita cabeza.
Ya sé que es viernes y tocaba sexo (hablar de), pero hoy en peluche practico: bricomanía fácil sección especial capítulo dos. Y si en el primero aprendimos a hacer un igloo en 30 minutos, hoy, la auténtica receta artesana para reducir cabezas, siguiendo el método tradicional. Y explicada paso a paso.
- Uno: coger la cabeza con cuidado y deshuesarla quedándose con la piel que la envuelve. - Dos: coser los párpados y los labios. Evitaremos así que se deformen o se desgarren. - Tres: con mucho cuidado y muy lentamente, seccionar la piel y separar la calavera. - Cuatro: cocer la piel en agua mezclada con hierbas aromáticas, cortezas de árbol ricas en taninos y jugo astringente de una liana conocida chinchipi.Llegados a este punto ellos empiezan a acompañar su trabajo con bailes y rezos sagrados. No son imprescindibles, pero es un detalle curioso a tener en cuenta ya que crea un ambiente más propicio. Sobre todo si hay otras personas delante.
- Cinco: en el rostro ya curtido introducir una piedra esférica caliente (que nos hará las veces de plancha). El calor irá encogiendo el tejido poco a poco por lo que conviene ir cambiando las piedras por otras cada vez más pequeñas hasta conseguir el tamaño deseado. Es importante que siempre estén calientes. - Seis: coser, pintar de negro, untar con aceite y peinarle el pelo.Y ya tenemos nuestra cabeza reducida y lista para colocarla en el mejor lugar de la casa. O incluso como bonito regalo de cara a esta Navidad que ya se nos echa encima. Posiblemente, el único problema lo vamos a encontrar en el tiempo necesario para aprender medianamente bien la técnica. Sobre todo teniendo en cuenta que, aunque las primeras veces no nos importará practicar con cabezas en mal estado (incluso hasta es conveniente), después se hace imprescindible conseguir cabezas cuanto más frescas mejor, algo que, hoy por hoy, presenta algún que otro problema, y no por su escasez (¡anda y que no hay cabezas!) si no por una total y absoluta falta de colaboración de los propietarios de las mismas, empeñados en seguir con ellas encima de los hombros a pesar de que la mayoría no la usarán nunca. Hasta el lunes. ... más "historias extra-ordinarias" todo el fin de semana. Todos los "capítulos" de "tantos hombres y tan poco tiempo"
Me gusta el desorden. Al fin y al cabo tiene su lógica: ¿por qué colocar algo en "su" sitio si dentro de un rato lo vas a volver a volver a descolocar? ¿Si ya trabajar es malo, por qué esa manía de querer hacerlo dos veces?
Aunque me da en las narices que semejante afición no es más que una justificación (y muy traída por los pelos) para poder ejercer sin muchos remordimientos una de las pocas características que un servidor ya traía de serie: ser vago.
El caso es que como "vivir con" y "convivir" no es exactamente lo mismo, mi desorden crónico me provoca alguna que otra bronca doméstica.
Me conozco desde que nací y sé, aunque no sea bueno reconocerlo nunca, que el culpable soy yo. Pero, haciendo de la necesidad virtud que dicen en mi pueblo, he conseguido sacarle partido al asunto: cuando quiero algo basta con intentar un pacto en el que siempre puedo ofrecer lo que otros -tan perfectamente ordenados ellos- no podrían: ser más ordenado. O lo que es lo mismo, sacar beneficio de algo que debería ser completamente normal.
Moraleja, cuanto más perfecto es uno menos fuerza tiene para negociar, y por lo tanto menos cosas puedes conseguir. Hay lecciones que deberían ser materias obligatorias en todos los colegios.
No soy yo muy amigo de los eufemismos salvo casos excepcionales (hablar del macho de la cabra diciendo su verdadero nombre no me parece que le fuera a gustar mucho al animalito, por ejemplo) a pesar de ser, por aquello de la corrección política, una figura cada vez más usada.
Naturalmente no es algo nuevo. Siempre me llamó la atención que gente tan "principal" como Góngora evitará mencionar los pájaros o las aves si podía hablar de "aladas liras" o de "cítaras de pluma" o que precisamente las personas que se tienen por más "delicadas", se empeñen en cambiar un buen taco dicho a tiempo por un "diantre", un jolines, o un ridículo y cursi "me cachis en diez".
Pero si hay una palabra que casi todo el mundo sustituye por otra menos "indecorosa" esa es "retrete".
La palabra retrete que había significado (conforme a su etimología) en los siglos de oro, "habitación apartada donde la dama leía sus billetes de amor o sus oraciones", vino a significar otra estancia que ya olía mal a finales del siglo XIX; los más finos empezaba a utilizar la palabra ambigua "servicios" y los demás "excusado". Aunque la mayoría de estos lugares -en aquella época casi todos públicos- no tuvieran agua se impuso "water closed", de ahí water y más sintéticamente w.c., hasta llegar a los -tan extendidos ahora- iconitos, esas imágenes cada vez más extrañas que se empiezan a convertir en indescifrables gracias a la modernidad y al diseño con que se empeñan en adornarlas, aunque sea a costa de inutilizarlas para la función que se supone deberían de servir: que uno sepa si al otro lado de aquel "original" muñequito va a poder desahogarse a gusto o acabará sometido a las miradas inquisidoras -acompañadas de algún que otro gritito histérico- del sexo contrario, algo que, por mucho empeño que pongas en la urgente tarea, te corta tan espiritual momento.
Y ya no tiene uno la próstata para andar con experimentos.
No digo yo que el extranjero no sea bonito, tampoco es cuestión ahora de despotricar sólo por no haber nacido en él (aunque un poco más y en vez de picaos serranos andaría haciendo gorgoritos con los fados), pero que lo malo que tiene el extranjero -aparte de ser muy grande- es que cada vez que vas por allí te encuentras a españoles por todos los sitios todo el tiempo.
Y pocas cosas hay más reconocibles que un español en el extranjero. Y ya no por su atuendo, su proverbial torpeza en manejar el mapa, su extraña manía por pinturrujear su nombre (y el de toda su familia) en las mesas de los mac´donals, o su inglés grado medio que, a la que sales, se convierte en una mierda de inglés, sino por las cejas.
Tengo una amiga que dice que por esos mundos de dios nos solemos identificar los unos a los otros porque nos suenan las cejas. Y tiene razón. Pocas cosas nos hermanan tanto como esas dos filas de pelazos encima de los ojos que tan inconfundibles nos hacen y que tanto gustan por ahí fuera.
Si al final se deciden a ponerle letra al himno nacional que no se olviden de ellas. Y más ahora que, desaparecida el otro símbolo patrio, la boina, tan pocas cosas nos unen como pueblo. Ojala no les demos también la espalda.



Científicos de la Universidad de Michigan en los EE.UU. llevaron a cabo una investigación sobre los efectos que los diferentes géneros de películas provocaban en las hormonas de hombres y mujeres.
Para su estudio, tomaron a tres grupos de personas a las que les mostraron durante treinta minutos una película diferente, midiendo sus cambios hormonales mediante la toma de muestras de saliva antes y después del pase.
El primer grupo vio un documental sobre la selva amazónica; el segundo grupo, la película Los Puentes de Madison y el tercer grupo El Padrino II.
¿Resultados?
El grupo que vio el documental no registró ningún cambio hormonal.
El grupo que vio la película de amor experimento un aumento de progesterona, hormona relacionada con la relajación y la reproducción, tanto en hombres como en mujeres, lo que se tradujo en una mayor necesidad de acariciar a su pareja y hacerle demostraciones de cariño. En los hombres, además, disminuyo el nivel de testosterona por lo que su agresividad se redujo.
Las reacciones de los hombres y mujeres que vieron El Padrino II fueron diferentes: en ellos subió el nivel de testosterona, aumentó su necesidad de tener sexo con sus parejas y disminuyó su necesidad de cariño. En ellas, en cambio, disminuyeron sus niveles de de testosterona y se produjo una especie de frialdad.
¿Conclusiones?
... que antes de elegir cualquier película para ver en compañía, conviene pensar qué quieres hacer después. Aunque yo creo que si uno ya tiene las cosas claras es mejor recurrir directamente a los clásicos de toda la vida -tipo Tócamela otra vez Sam, Se lo que hiciste en el último ano o Ven abuelito que te voy a tocar el pito- y dejarse de rodeos. El tiempo es oro.

Lo que nos pasa no siempre coincide con lo que sucede a nuestro alrededor. Y no es un trabalenguas, ni siquiera algo ingenioso. Es algo bien sencillo de entender: hay veces que "lo que nos pasa" no coincide con "lo que sucede".
En cuantas ocasiones no hemos podido disfrutar como hubiésemos querido de una íntima porque en nuestro entorno hubiera quedado como una extravagancia; cuantas veces no pudimos demostrar tristeza porque al lado no querían escucharla; y cuantas veces no pudimos manifestar el afecto en exceso que nos hubiera apetecido porque, según con quien estuvieras tratando, pensaría que ronda por tu cabeza algún desequilibrio.
A veces pienso que ya estamos hechos a avanzar a trompicones como los canguros salvando las dificultades, disfrutando de las alegrías con el recelo permanente de que algo pasa, que no es posible ser feliz. Por una cuestión de supervivencia social nos hemos acostumbrado demasiado a sonreír ante las adversidades y a contener nuestra ganas de brincar ante las alegrías, porque... no sé por qué, no acabo de entender por qué. Llorar es sano y reír también, pero lo hacemos al revés demasiadas veces. Intentando engañar a quien no se engaña, que es uno mismo.
No sería mala cosa que empezáramos a aceptar con más naturalidad el poder expresar nuestras alegrías y nuestras desgracias, el lloro alegre y el lloro triste, a lo mejor conseguimos hasta enriquecernos compartiendo la contrariedad y los líos que se esconden entre lo que nos pasa y lo que nos sucede.
Por intentarlo...
Una sesión de botox cuesta (por término medio):

Pocas cosas deben de ser más parecidas a la sensación que debió de tener La Cenicienta -cuando al darle las doce se le esfumó la magia de la que había estado disfrutando toda la noche- que la que tenemos los hombres al eyacular. Es justo el momento en el que descubres que el impresionante príncipe en el que estabas montado (¿o era una carroza lo que montaba esta chica?... no me acuerdo bien...) se ha convertido, gracias al castigo divino del periodo refractario, en una desganada calabaza.
Por eso, cualquier teoría que explique cómo poder sobrevivir algún minuto más al crítico momento en que se rompe la magia, siempre será bienvenida.
No sé donde leí que la capacidad multiorgásmica del hombre -varón, sexo masculino- es igual que una película sueca: rara y difícil de entender. Difícil y rara es posible, pero igual que las películas suecas existir, existe.
Posiblemente el principal problema consiste en que la mayoría asociamos orgasmo con eyaculación. Casi todos sabemos que una cosa suele llevar a la otra, y todos hemos comprobado que tras la eyaculación se experimenta un periodo refractario, (que puede durar, según la persona, desde algunos minutos a algunas horas), en las que poco o nada se puede hacer por más viagra o cialis que uno se chute.
Pero la trampa está en saber que para experimentar un orgasmo no hace falta ponerlo todo perdido; vamos que se puede llegar al orgasmo sin tener obligatoriamente que eyacular. No es fácil, requiere práctica, maña y algo de paciencia, pero se puede acabar consiguiendo.
Un truco que suele funcionar (peluche práctico se pone en funcionamiento) consiste en estimular al hombre hasta llevarle al umbral del orgasmo y, cuando parezca que aquello está a punto de estallar, presionar con los dedos índice y pulgar los testículos. Si este movimiento va acompañado de una respiración profunda del apretado, y la presión ejercida es simplemente presión (y no una masacre en toda regla que la zona es delicada de cojones -nunca mejor dicho-) los resultados suelen ser asombrosos: uno orgasmea a gusto y con la posibilidad cierta de seguir la fiesta hasta una nueva oleada.
Eso sí, tampoco conviene abusar y en algún momento es conveniente dejar que la naturaleza siga su curso y acabe por fluir todo aquel material genético que uno ha ido fabricándose. Por cierto, hablando de eyaculación, algún día podíamos contar como fabrican el semen de las películas porno mezclando clara de huevo y leche condensada. Pero eso es otra historia.
Hasta el lunes.
Leo -el aburrimiento es muy malo- en un suplemento atrasado de esos semanales que regalan los domingos junto a un disco del Sabina, tres platos hondos decorados de Chillida, y dos cupones que hay que pegar en una libretita para que te manden -gastosdeenvíonoincluidos- una camiseta de no sé qué futbolista, que el color azul es un buen remedio contra las hemorroides. Supongo que después de tan extraordinario descubrimiento la historia de la explotación laboral infantil en países asiáticos, tema que colocan en portada y que desarrollan como gran reportaje de la semana, se queda reducido a la nada comparándolo con la severa, rigurosa y contrastada información del uso de los métodos cromáticos como la terapia definitiva para todos aquellos que sufren en silencio.
Lo más sangrante, y en este caso hay que reconocer que la palabra "sangrante" viene como anillo al dedo, es que, posiblemente, al que ha escrito semejante reseña le habrán pagado por hacerlo. Aunque tampoco me parece mal, hay que reconocer que los estudios necesarios para llegar a tan científicas conclusiones tiene que haber sido como mínimo, duros.
Malo si lo ha escrito desde una experiencia personal. Habrá encontrado el remedio sí, y hasta estará demostrando una solidaridad infinita queriéndolo compartir con nosotros, también, pero antes el pobre hombre las tiene que haber pasado canutas. Y en silencio.
Y malo si al descubrimiento ha llegado realizando el habitual trabajo de campo. ¿Escogería culos al azar para ponerles cartulinas azules? ¿Cómo sabía que los elegidos las tenían si la mayoría las sufren en silencio? ¿De qué color serían las cartulinas control? ¿Experimentó antes en animales o lo hizo ya directamente en la consulta del proctólogo? ¿Se curan antes con azul cielo o con azul cobalto? ¿Por qué esa costumbre de esterilizar las agujas cuando administran una inyección letal? ¿Por qué si nadar es tan bueno para la figura, las ballenas están tan gordas?
Demasiadas dudas. Y todo para tan poca cosa. No me imagino yo a nadie con almorranas (ya he dicho muchas veces que uno es de provincias y lo de hemorroides quedaba para el veterinario), poniendo su culo directamente sobre una silla de color azul para curarse (y luego tener que pagar por ello). Claro que a lo mejor el tratamiento se refería a pintárselo -el culo de azul digo-; o a lo mejor simplemente se refería a pintar de ese color la taza del retrete; o a lo mejor....
No sé, pero con tantos frentes abiertos el tema se está haciendo por momentos más y más apasionante. Leer revistas, aunque sean tan prestigiosas, es lo que tiene, te hace plantearte un montón de cosas que nunca pensaste que podían ser importantes.
He perdido la cuenta de las horas de avión que me he metido entre culo y espalda este último mes. Hasta la última etapa del viaje todo fue más o menos normal: largas esperas en aeropuertos de todos los tamaños y condiciones, pitidos una vez sí y otra también en todos los arcos de seguridad por los que te obligaban a pasar (hasta que te acabas descalzando y te das cuenta que llevar puntera de metal en unas botas que son para el frío te convierte en un terrorista armado y peligroso), azafatas clónicas con una sonrisa tan ancha como artificial, pasajeros desafiando las leyes físicas empeñados en meter en la cabinas maletas que bien podían contener con holgura hasta un muerto, los habituales juegos de las adivinazas que siempre se pone en marcha entre los compañeros de fila intentando adivinar si aquello blanco que sobresale del engrudo que hacen pasar por "comida" es el pan gomoso o sólo son macarrones recalentados con plástico pegado, y ¡como no! la eterna lucha con los botoncitos que reclinan el asiento, unos botoncitos que -por alguna extraña ley cósmica- siempre le funcionan al de adelante pero nunca funcionan en tu butaca.
Lo normal.. en todos lo vuelos menos en el último. Los alfajores -de todos los tamaños, tipos, condiciones, y sabores- que un servidor comió -en cantidades industriales- todos y cada uno de los días que estuvo por aquellas tierras, no tuvieron otra ocurrencia que pasar la factura durante las trece horas del viaje de vuelta.
No quisiera yo entra en más detalles, pero si que me estoy arrepintiendo de no haber pensado con más rapidez, sobre todo después de leer que una lata firmada por el artista Piero Manzoni acaba de alcanzar en una subasta la cifra récord de 124.000 euros. Resulta que ya en vida, el italiano "enlató" más de 2.700 gramos de deposiciones "frescamente conservadas" -tal y como reza la etiqueta- y bautizo su olorosa obra con el título de "Mierda de artista". Su serie de 90 latas de conserva de 90 gramos cada una con excrementos de artistas conservados se vendía al peso según la cotización diaria del oro. Piero Manzoni murió dos años más tarde, en febrero de 1963, sin llegar a los 30 años.
Y si semejante obra sigue hoy por hoy revalorizándose, me imagino el éxito que podría tener una colección que fuera algo así como "Mierda de Artista a 11.000 metros". ¡Mira que dejar escapar semejante oportunidad! ¡Sería por material!
Hasta el jueves.

