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miércoles, 16 de abril de 2008
Capítulo Milésimo centésimo sexagésimo cuarto: “El infierno está lleno de aficionados a la música”. (George Bernand Shaw, 1856-1950; dramaturgo y periodista irlandés)
“Cuando suenen las trompetas, todo el pueblo subirá al ataque “ decía Josue a sus tropas cuando andaban liados en la conquista de Jericó. En la primera guerra del Golfo se anunciaba la llegada de los soldados estadounidense con canciones de Metalica. Y cuentan que la captura del general Noriega se hizo al ritmo de Judas Priest. Algunos presos liberados de Guantánamo aseguran que eran obligados a escuchar canciones de Eminen durante veinte días seguidos, y la sintonía del programa norteamericano Barney formaba también parte de la torturadora banda sonora carcelaria.
La música ha sido siempre un instrumento de tortura útil, práctico y, sobre todo, barato. En ese sentido tampoco han inventado nada nuevo. Los ejércitos afirman que es una técnica psicológica más, pero los expertos lo definen como un método de tortura coercitiva. Someter a una persona durante horas a un mismo sonido, sea Mozart o Frank Sinatra, es un suplicio en toda regla. La mente sufre desorientación y confusión ante el ruido constante. También se interrumpe el sueño, por lo que el fluir del pensamiento se reduce hasta que su voluntad termina por romperse. Es entonces cuando el enemigo aprovecha para conseguir sus fines del prisionero.
Enhorabuena, lo han conseguido. Después de más de un mes aplicando la técnica lo han conseguido. Estoy en sus manos y dispuesto a darles todo lo que me pidan.. pero, por favor, ¡basta ya del chiki-chiki!
... imitadores naturales.
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