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lunes, 11 de enero de 2010
Capítulo Milésimo quingentésimo trigésimo tercero: "¡Clamé al cielo y no meo yo!" (Ramón A., 68 años, prostático)
Resulta casi imposible generar ilusión y grandes expectativas cuando la necesidad aprieta más de lo deseable, cuando el túnel todavía es un lugar oscuro, cuando los números no encajan o los espacios se esfuman a falta de trabajo o vida que los mejoren. Pero desde luego resulta más comprometido, más responsable y más valiente -mucho más valiente-, mirar de frente una realidad adversa que hacer castillos en el aire con el desánimo. Hoy, lunes, comienza de verdad enero y su cuesta. En la línea -siempre tan práctica- de "tantos hombres y tan poco tiempo", un consejo para poder aguantarla con un mínimo de dignidad: imitar a la cucaracha.
Ya sé que suena raro, sin embargo hay casos en los que conviene dejar a un lado cualquier prejuicio y enfocar las cosas de otra manera; basta recordar uno de los lemas de esta casa: hasta para el más desalmado padre cucaracho, su hija cucarachita le parecerá guapa.
Primera conducta a imitar: consumir lo mínimo. Debido a sus hábitos esquivos y su carácter omnívoro estos simpáticos animalitos son capaces de sobrevivir hasta una semana alimentándose sólo del pegamento de un sello. No se trata de que a partir de ahora hagamos la compra en un estanco, pero después de las navidades quien más y quien menos tiene reservas para tirar unos cuantos meses.
Segunda y más importante: no derrochar más energía de la necesaria. Las cucarachas se pasan tres cuartas partes de su vida tranquilamente ocultas; por cada cucaracha que se ve hay otras 75 escondidas.
Ellas sólo gastan lo imprescindible y nosotros haremos lo mismo, especialmente en todo lo que tenga que ver con las actividades laborales, verdaderas causantes del desmesurado y generalmente inútil, gasto, de ya nuestras menguadas fuerzas en estas épocas.
Afrontemos la cuesta de enero. Seamos cucarachas.
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