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lunes, 8 de agosto de 2005
Ser pobre es una desgracia que no suele traer nada más que disgustos, disgustos que, siendo rico o poderoso no sólo es posible evitarlos, sino que encima puedes transformarlos en "gustos".
Un ejemplo: la infidelidad; en la Castilla de la época de Cervantes, cada cierto tiempo, los cornudos consentidores y pobres, desfilaban por las calles principales del pueblo o de la ciudad.
Lo hacían desnudos de cintura para arriba, con sus esposas azotándoles la espalda con ristra de ajos.
Encima de cornudos.. apaleados.
Pero resulta que, aunque estés sufriendo el mismo tipo de "pecado", si eres un cornudo poderoso, no sólo no te apalean sino que hasta puedes permitirte el lujo de algún capricho que otro para no sentirte tan incomodo ante la situación.
Pedro I el Grande, Zar de todas las Rusias, al conocer la infidelidad de su amante, lady Hamilton, la hizo decapitar, aunque, aún enamorado de ella, conservó su cabeza en un frasco de alcohol, que mantuvo en su dormitorio durante años como recordatorio y aviso para el resto de sus muchas amantes.
Poco después descubrió que su segunda esposa, Catalina (que le sucedería en el trono como Catalina I), le era infiel con su caballero de cámara, William Mons.
Inmediatamente ordenó que este fuera decapitado y su cabeza introducida en otro frasco de cristal, colocándolo en el dormitorio de la zarina.
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